Una mujer mexicana sabe cómo defenderla y protegerla en su profundo vínculo con el medio ambiente. Mejor que nadie, pueden percibir perturbaciones de los ecosistemas. Frente al peligro, el sufrimiento y el ambiente hostil, advirtiendo a las mujeres, que ocurren y actúan. Esta pelea tiene diferentes formas, desde la compasión hasta la resistencia, del individuo al colectivo. Mientras que una persona tiende a dejar los pies profundos en el suelo, la naturaleza ha marcado el sello en estas mujeres, lo que las convierte en los aliados más fuertes.
Sinaloa durante más de una década de mujeres de las tres comunidades originales de Yoreme-Mayo ha sido sujeto a un proyecto megapetroquímico. Alrededor del Golfo de Ohuira, crearon un colectivo aquí que consta de unas 600 personas de las aldeas de Lázaro Cárden, Ohuira y Paredone. En cada una de estas comunidades, las mujeres se han hecho cargo de la gestión de la lucha, a pesar de las amenazas y amenazas permanentes de la región, que se caracteriza por la violencia del crimen organizado. GPO, una subsidiaria de Global Fertilizer Giant, ha elegido esta bahía conectada al mar de Cortés para instalar la fábrica de amoníaco compilada en la agricultura. La planta planea obtener grandes cantidades de agua de la bahía poco profunda y luego devolverla al área más caliente y salada.
El riesgo es monumental al alterar de forma irreversible el frágil ecosistema local, que alberga especies marinas en peligro de extinción. La empresa ya ha talado dos hectáreas de manglares en un sitio sagrado para los Yoreme-Mayo, con para construir sus oficinas. “Hay que pedir permiso hasta para cortar una ramita, porque todo tiene vida”, comenta Lolo, una figura de la comunidad de Ohuira. A lo largo de esta década de resistencia, las mujeres han logrado organizarse y capacitarse para defender sus derechos, fortaleciendo su lucha con una base científica que sustenta su discurso. Su objetivo es salvar la bahía y su gente en el universo llamado Anya (en lengua Yoreme), todo está interconectado.