Hubo una puerta en el 315 de Bowery que no abría a un bar: abría a otra dimensión. Un túnel de neón y mugre donde los acordes eran navajas y las letras escupían verdades que ni la tele ni los padres querían oír. Ahí nació un templo de caos controlado, donde la furia encontró casa y la marginalidad se volvió himno: el CBGB & OMFUG.
Un nombre largo, sí, pero con alma de mantra callejero: Country, BlueGrass and Blues and Other Music For Uplifting Gormandizers. Ironía pura. Porque aunque Hilly Kristal —un viejo sabio con cara de Santa Claus del under— pensó en darle espacio a la música raíz, lo que terminó pariendo fue un monstruo eléctrico vestido de cuero y alfileres de gancho. Los Ramones hicieron ahí su confirmación en 1974. Cuatro sujetos tocando en un minuto lo que otras bandas alargaban en diez. Patti Smith convirtió sus poemas en gritos. Television, Dead Boys, Misfits, Talking Heads, Blondie… todos pasaron por ese escenario que parecía hecho de basura reciclada y gloria eterna.

Las paredes sudaban historias. El baño era una zona de guerra biológica. Los amplificadores zumbaban como si escupieran rabia comprimida. Y nadie, NADIE, llegaba ahí a presumir hits: ahí se iba a sangrar por una canción propia. En los 80, cuando el punk empezó a ser caricatura de sí mismo, CBGB se volvió guardería de bestias: Bad Brains, Cro-Mags, Agnostic Front, Youth of Today. El hardcore tomó el relevo con la velocidad de un tren sin frenos. CBGB también tenía su lado más experimental, con la 313 Gallery, donde convivían los freaks del jazz raro, el spoken word, y sonidos que no cabían en ninguna etiqueta.

Cerró en 2006. Pero no se murió. Lo mató el dinero, como siempre: gentrificación, rentas impagables, y el asco de ver a las calles del Bowery invadidas por cafés con nombres en francés. La última tocada fue con Patti Smith, cerrando el círculo. Cantó “Elegie” y nombró a los caídos, uno por uno. Fue misa negra. Fue ritual. Fue despedida de dioses.
Hoy ya no está. En su lugar hay una boutique. Pero su toldo vive en el Rock and Roll Hall of Fame. Su vibra está en cada sala que se niega a sonar bonito. En cada rola grabada en un sótano. En cada individuo con una guitarra que se atreve a decir lo que nadie quiere escuchar. CBGB no era solo un lugar. Era un filtro. Un rito de paso. Si tocaste ahí, eras legítimo. Si entraste ahí, saliste infectado.
