Cada temporada de lluvias, Tuxtla Gutiérrez se convierte en una ciudad navegable, y no precisamente por su oferta turística. Las calles se transforman en ríos desbordados, las casas en presas improvisadas y los autos, en barquitos atrapados a la deriva. Este año no ha sido la excepción. Las lluvias han golpeado fuerte y las consecuencias, como cada año, no tardan en llegar: pérdidas materiales, familias evacuadas y, lamentablemente, víctimas humanas.
¿Pero por qué nos inundamos con tanta facilidad? La respuesta es incómoda pero clara: Tuxtla está mal planeada. No es solo que estemos ubicados en una especie de cuenca natural, rodeados de cerros que descargan toda el agua hacia el centro como si fuera un embudo; es que además, a lo largo de los años, la ciudad ha crecido con un enfoque más político que sostenible. Calles mal diseñadas, drenajes insuficientes, construcciones sin control y espacios naturales convertidos en concreto. ¿El resultado? Cada tormenta es una tragedia anunciada.
Pero no todo está perdido. En medio del caos urbano, hay una idea que está ganando fuerza en el mundo y que podría significar un antes y un después para ciudades como la nuestra: la infraestructura verde. ¿Has escuchado hablar de ella? Es un enfoque que, en lugar de pelearse con la naturaleza, trabaja con ella. En lugar de más cemento, más árboles. En lugar de más tubos, más suelos absorbentes. En lugar de techos grises, techos verdes. Son soluciones que ayudan a infiltrar, absorber y canalizar el agua de forma natural, disminuyendo el riesgo de inundaciones y, de paso, mejorando la calidad del aire y la biodiversidad urbana.
Algunos ejemplos: jardines de lluvia (espacios diseñados para retener el agua y filtrarla al subsuelo), pavimentos permeables (que no bloquean el paso del agua), corredores verdes, azoteas con vegetación, reforestación de laderas… todas son estrategias que podrían implementarse en Tuxtla si empezamos a tomar decisiones urbanas más inteligentes y sostenibles.
La verdad es que no podemos seguir apostándole al «parche» cuando el problema es estructural. La infraestructura verde no solo es una alternativa viable, es una necesidad urgente si queremos ciudades más resilientes frente al cambio climático.
Al final, el futuro del planeta —y de nuestras propias ciudades— no está en manos de un súper héroe político ni de una mega obra que lo arregle todo. Está en manos de las generaciones presentes, de quienes alzan la voz, proponen, actúan y no se resignan al «así ha sido siempre». La próxima vez que el cielo se nuble, pensemos: Apostar por soluciones ecológicas es también construir un futuro más sano y justo para todos.