Por más irónico que parezca, hay formas de pescar que destruyen la vida marina mucho más rápido de lo que la aprovechan. Una de las más agresivas y menos sostenibles es el arrastre de fondo, un método que consiste en arrastrar enormes redes con pesas por el lecho marino, barriendo todo a su paso: peces, esponjas, corales, crustáceos, e incluso los hábitats más antiguos y delicados del planeta.
Lo devastador de esta práctica no es solo lo que atrapa, sino todo lo que arruina. Al raspar el fondo marino, estas redes gigantescas destruyen ecosistemas completos, arrancando corales centenarios, alterando la composición del suelo oceánico y matando especies que ni siquiera son consumidas, pero que forman parte crucial de la cadena alimenticia marina.
Según la organización Oceana, cada año se destruyen más de 25 millones de hectáreas de hábitat marino por arrastre de fondo, lo que equivale a un área mayor que todo el Reino Unido. Y aunque suene lejano, no lo es: más del 30% del pescado que llega a nuestras mesas ha sido capturado con este método.
Las zonas donde más se practica esta técnica incluyen el Atlántico Norte, especialmente en las costas de Canadá y Europa, así como el Pacífico Nororiental, frente a Estados Unidos y algunas regiones de Asia, como Japón y China. También se reporta en aguas del sur de Chile, Nueva Zelanda y algunas partes del Mediterráneo. Muchas veces, estas actividades ocurren en aguas internacionales, donde la regulación es más débil o inexistente.
El problema no se limita solo a la destrucción del fondo marino. El arrastre de fondo es responsable de hasta el 50% de la captura incidental en algunas pesquerías. Esto significa que por cada especie objetivo que se pesca, se atrapan otras que simplemente son desechadas, muertas o moribundas. Además, esta técnica libera grandes cantidades de carbono almacenado en los sedimentos marinos, contribuyendo al cambio climático de forma silenciosa pero significativa.
Entonces, ¿por qué se sigue utilizando? Porque es barato y eficiente en términos económicos… pero no en términos ecológicos. El costo ambiental del arrastre de fondo es altísimo, y si no se toman medidas pronto, las consecuencias serán irreversibles. Ya hay estudios que demuestran que un arrecife destruido por arrastre puede tardar siglos en recuperarse, si es que lo logra.
El mar no es una mina infinita ni un basurero sin fondo. Es un sistema vivo, delicado y vital para la salud del planeta. Es urgente que gobiernos, industrias y consumidores reconozcamos que la manera en la que obtenemos nuestros alimentos también importa. Exigir regulaciones más estrictas, apoyar la pesca con métodos menos invasivos y elegir productos del mar certificados son pasos esenciales para proteger lo que aún nos queda.
Porque pescar no debería significar arrasar con la vida.