Hablar de Claude Monet es sumergirse en un mar de pinceladas vibrantes, reflejos dorados y paisajes que parecen respirar. Considerado el padre del impresionismo, Monet no solo revolucionó la manera de pintar, sino también la forma en que percibimos la luz y el movimiento en el arte.
Oscar-Claude Monet nació en 1840 en París, pero creció en Le Havre, una ciudad portuaria donde desarrolló su amor por la naturaleza y la luz cambiante del mar. Desde joven mostró talento para el dibujo, haciendo caricaturas que vendía para ganarse unos francos. Pero su destino cambió cuando conoció al pintor Eugène Boudin, quien le enseñó a pintar al aire libre, capturando los efectos del clima y la luminosidad natural.
En la segunda mitad del siglo XIX, la academia dominaba la pintura con su estilo rígido y temáticas históricas. Monet y sus colegas rechazaron esa tradición y apostaron por plasmar momentos fugaces, sin líneas definidas y con pinceladas sueltas. La crítica los destrozó, pero ellos siguieron adelante. De hecho, el nombre «impresionismo» nació a partir de una burla: cuando Monet presentó su obra Impresión, sol naciente en 1874, un crítico la ridiculizó diciendo que parecía solo una «impresión» de algo inacabado. Lo que empezó como un insulto se convirtió en un movimiento artístico icónico.
Monet fue un maestro en capturar los cambios de luz y atmósfera. Sus series de pinturas, como Los almiares, Los álamos y Las catedrales de Rouen, muestran el mismo sujeto en distintos momentos del día y estaciones del año, revelando cómo la luz transforma la realidad. Pero quizá sus obras más emblemáticas sean las Ninfeas, esos enormes lienzos de su jardín en Giverny, donde el agua, las flores y el cielo se funden en una danza de colores y reflejos.
A pesar de enfrentar problemas de visión en sus últimos años, Monet nunca dejó de pintar. Su obsesión por la luz lo llevó a desafiar los límites de la percepción, creando atmósferas casi abstractas que influyeron en movimientos posteriores como el expresionismo y el arte moderno.
Claude Monet no solo cambió el rumbo del arte, sino que nos enseñó a mirar el mundo con otros ojos: a encontrar belleza en lo efímero, a disfrutar los matices de la luz y a entender que una pincelada puede capturar toda la esencia de un instante.