Netflix prometió invertir en producciones dirigidas en México, y con Serpientes y Escaleras, no solo cumplió, sino que apostó fuerte… y ganó. Esta nueva miniserie, dirigida por el siempre polémico y visualmente impecable Manolo Caro, nos arrastra a una espiral de secretos, corrupción y juegos de poder que comienza curiosamente en un salón de clases.
Todo arranca con un “inocente” conflicto entre niños en una escuela de élite en Jalisco, pero la trama pronto revela que nada es tan simple cuando se trata de apellidos influyentes. Lo que parece un simple malentendido entre niños se convierte en una guerra silenciosa entre dos familias de alto poder, enredadas en chantajes, encubrimientos y estrategias dignas de ajedrez político.
Con un cast mexicano que brilla con luz propia —Cecilia Suárez, Juan Pablo Medina, Marimar Vega, Michelle Rodríguez y Loreto Peralta— la historia sigue a una prefecta con ambiciones de convertirse en directora. Su camino hacia el poder se ve sacudido por una serie de alianzas inesperadas, situaciones intensas y secretos que desafían la moral y la ley.
Serpientes y Escaleras no se guarda nada: corrupción, tráfico de influencias, muertes inoportunas, redes de favores y manipulaciones que reflejan un poco cómo se tejen los hilos del poder en México. Además, pone el dedo en la llaga sobre los métodos de enseñanza modernos, donde la felicidad del alumno parece estar por encima de toda consecuencia.
Visualmente, la serie es un deleite. El vestuario mezcla lo retro con lo moderno con una paleta de colores perfectamente curada que hace match con una fotografía sobria pero vibrante. Todo esto refuerza esa atmósfera tensa, en la que los personajes se mueven como piezas de un juego en el que algunos solo suben… y otros caen sin remedio.
El giro final es inesperado y poderoso, dejándonos con esa sensación incómoda y muy real de que el país, muchas veces, no lo manejan los más justos, sino los más astutos.