Hoy fui al súper y, mientras recorría el área de frutas, me topé con un escenario bastante común pero igual de triste: muchas estaban demasiado maduras, algunas ya pasadas, con manchas que parecían decir “me dejaron para después… y no alcancé”. No pude evitar pensar en lo rápido que se descomponen en estos días de calor extremo y en todo lo que se desperdicia.
El calor no solo nos hace sudar más; también acelera el ritmo de vida de los alimentos. Y las frutas, con su frescura y delicadeza, son de las primeras en resentirlo. Se maduran de golpe, se ponen blanditas y, si no se comen a tiempo, acaban en la basura. Lo peor es que, aunque nos parezca «normal», este desperdicio tiene un impacto profundo, tanto ambiental como social.
México es un país afortunado. Gracias a su diversidad de climas, tenemos frutas todo el año: mangos jugosos en primavera, guayabas perfumadas en otoño, sandías refrescantes en verano, tejocotes para el ponche navideño… ¿Te has detenido a pensar en la bendición que eso representa? En muchos países, comer fruta fresca es un lujo. Acá los tenemos al alcance de la mano, pero también los dejamos pasar, los olvidamos en el frutero o los compramos en exceso sin pensar en su duración.
Todo esto nos invita a reflexionar. ¿Qué tanto estamos contribuyendo al cambio climático? ¿Qué tan consciente es nuestro consumo? Cada vez que desperdiciamos fruta, también tiramos agua, energía, transporte y el trabajo de quienes la cultivaron. Y, de paso, contribuimos a que se generen más gases de efecto invernadero cuando esa fruta termina pudriéndose en un basurero.
La solución no es complicada, pero sí requiere pequeños cambios: comprar sólo lo que vas a comer, guardar bien la fruta (sí, hay formas de conservarla mejor), compartir si tienes de más, hacer licuados, congelarla para después… y sobre todo, apreciarla. Porque comer una fruta madura, dulce y fresca, no debería ser un acto rutinario. Debería sentirse como lo que realmente es: un regalo de la naturaleza.
Así que la próxima vez que vayas al mercado o al súper, piensa en esto: ¿y si eliges la fruta más madura, la que nadie quiere? ¿Y si la rescatas del olvido y te preparas algo rico con ella? No solo estarás evitando desperdicio, también estarás haciendo un pequeño acto de amor. Hacia ti, hacia quienes la sembraron, y hacia el planeta.
¿Te imaginas vivir sin frutas? Yo no. Y ojalá tú tampoco.